Enrique Gil Calvo, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense, se preguntaba recientemente sobre la forma de ocupación del espacio público de la población frente a desastres u otros acontecimientos similares. Analizaba diferentes situaciones mundiales, conocidas por todos.
Sus respuestas sirven también para explicar en parte lo que sucedió el 27 de Febrero de 2010 en Chile, en nuestra región del Bío Bío. Y lo que podría nuevamente suceder si no nos abocamos seriamente a resolver los problemas de fondo de nuestro comportamiento humano, propósito del Diplomado que hoy inauguramos.
El autor se pregunta: ¿Por qué se comportan de forma tan opuesta los anglosajones frente a nórdicos o nipones? ¿Por su religión? ¿Crisis valórica? ¿Hedonismo? ¿Estrategia de sobrevivencia? ¿Lucha de clases? ¿Pánico? ¿Desesperación? ¿Fin del mundo? Las explicaciones pueden ser múltiples.
“No, la clave explicativa reside en la desigualdad. Sencillamente, la nórdica y la japonesa son las sociedades más igualitarias del mundo desarrollado, y por eso allí apenas hay espacio público para la frustración y la agresividad. En cambio, los países anglosajones son las sociedades más desiguales del capitalismo occidental, y por eso en su espacio público se manifiesta ante todo la envidia, la rapacidad, el resentimiento y la ansiedad por el estatus. Son sociedades presididas por la especulación institucionalizada en sus economías financieras que hacen de la codicia posesiva su primer imperativo categórico. Si los bancaros anglosajones carecen de escrúpulos para lucrarse con la ruina ajena, y esa clase de rapacidad depredadora se pone como ejemplo de éxito social, ¿cómo sorprenderse de que los jóvenes anglosajones también se crean con derecho a disponer sin freno de los bienes ajenos, ocupando el espacio público para saquearlo a placer haciendo impune ostentación de su rapaz avidez?” (Enrique Gil, el País, 21 de septiembre 2011).
Al parecer existiría una correlación entre la magnitud e intensidad de los problemas sociales con el índice de desigualdad social.
Por lo tanto, los modelos de desarrollo, que son políticos, económicos y culturales juegan un papel fundamental a la hora de enfrentar desastres de cualquier naturaleza, tanto desde la sociedad civil como desde las instituciones.
No somos anglosajones, pero nuestro modelo de desarrollo y de exitismo consumista es de tipo anglosajón, de creencia en el mercado y en el individuo ascendente, de minimización del Estado, de sus prestaciones sociales. El individuo debería autosostenerse. El modelo anglosajón se basa en la libertad individual del individuo contra el estado de bienestar de social nórdico que busca combinar libertar individual con sociedad solidaria que comparte bienes y responsabilidades.
La desigualdad es un estado que denigra a la persona, arrojándola en la impotencia y en la imposibilidad de salir adelante, de ser alguien, de ser más, de ser sí mismo. La desigualdad representa la carencia de las carencias que afectan a una persona. En el fondo, la desigualdad estructural construye a la persona en la desigualdad, la hace desigual frente a otros, a los que ubica en jerarquías o capas “superiores” de la sociedad. De esta manera, se construye socialmente la relación dominación/subordinación. La desigualdad marca la vida desde la niñez.
La desigualdad construye personas de diferentes estatus y condiciones sociales, construye guetos y apartheid social. Construye resentimiento, envidia, frustración y malestar social, que puede conducir a agresiones, saqueos, destrucción del otro e incluso de sí mismo.
Estos comportamientos se manifiestan no sólo en los sectores pobres, también en los sectores medios cuando ven frustradas sus expectativas de movilidad social.
Por cierto que no existe la igualdad absoluta ni plena. No estamos hablando de eso. Tampoco se trata de compararnos con Japón ni Noruega, aunque los políticos lo hacen cuando buscan formulas mágicas para alcanzar el anhelado desarrollo que nunca llega, porque en realidad no lo quieren impulsar.
Pero sí, buscamos compararnos con nosotros mismos, con lo que alguna vez fuimos históricamente y podríamos nuevamente llegar a ser, incluso en un estadio superior de sociedad, considerando el progreso económico, científico y cultural que ha alcanzado el país en su calidad de país emergente. Un país con mayores y mejores niveles de igualdad de oportunidades.
Precisamente el movimiento estudiantil que hoy se moviliza en el país y que apoyamos, lucha por esta noble aspiración histórica del pueblo chileno: lograr mayor igualdad social en el acceso a la educación. Y esperamos que tengan éxitos. Todo lo que logren, con su compromiso generoso, mejorará cualitativamente la sociedad, especialmente a los niños y jóvenes más vulnerables frente a situaciones de desastres o de crisis.
Una sociedad más igualitaria no sólo es imprescindible para mejorar la calidad de vida, sino que también preparará mejor a la sociedad civil y a sus instituciones públicas para enfrentar situaciones de riesgos y desastres, provocadas ya sea por terremotos, tsunamis, terremotos blancos, inundaciones, irrupciones volcánicas o impactos del cambio climático; eventos extremos, a los que nuestra sociedad está y se verá sometida en el futuro.
Ciertamente la desigualdad no es todo a la hora de enfrentar desastres. Se requiere también información, capacitación de la población y de las instituciones, medidas de prevención y protección de la población civil.
*Discurso presentado en la inauguración del Diplomado en Ciencias Sociales, Mención en Gestión del Riesgo de Desastres.