Hoy estoy frente a ti, en nombre del Consejo Regional del Colegio de Periodistas en mi condición de Consejero, pero más aún, como lo acordaron mis colegas en la reunión de este viernes, por ser más cercano a ti… por ser tu amigo más que colega.
Hoy me disculparán mis pares del Colegio, pero no puedo dejar de decir algo también como colega de la entrañable Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción. Hugo, les recuerdo, fue Presidente del Colegio de Periodistas, entidad que lo distinguió con el máximo galardón regional en 2003 por su brillante trayectoria. Nunca dejó a su Orden, cumpliendo con todas sus obligaciones hasta el último día.
Lo malo, querido Hugo, es que nunca nos cruzamos con la muerte: o ella está o estamos nosotros. Desgraciadamente el viernes nos llevó a uno de los nuestros.
Aquí ya se me cruzan los recuerdos. Qué destino tendrá la bandita de tu pueblo, quién algún día hará escuchar los sones de la bandita de Molina. Cada vez que entraba un e-mail al computador de Hugo el anuncio estaba programado para que la bandita de Molina lo hiciera saber. Es que estuvimos año tras año, uno al lado del otro en la oficina de turno como docentes de nuestra Escuela de Periodismo, donde estudiamos la mayoría de los colegas que estamos aquí. Hugo, te llevas el recuerdo de los diálogos en la oficina 2 y después las charlas hasta tarde en las nuevas dependencias del segundo piso. Allí nuestros testigos eran jóvenes titulados, los que hoy ya están listos para tomar las riendas de tu querida Escuela.
Hugo, la muerte dicen que es sabia porque nos da una vida para disfrutarla, pero se apresuró demasiado. En todo caso de lo que me alegro es que la semilla sigue fuerte, germina mejor y ya vemos frutos en periodistas que van por Chile y el mundo con la impronta de tu carrera que tuvo en ti al mayor guía desde su reapertura.
Vuelvo a tu Colegio de Periodistas. Desde el primer día de egresado de la carrera el afán fue colegiarse. Uno más; hasta que con los conocimientos de rigor lideró su Orden. Siempre atento a colaborar, como cuando tuvimos el primer computador. Toda una novedad en aquellos años. Allí estabas para ayudar con la instrucción.
También en acercar el Colegio a la carrera. Se acordó reconocer cada año a un alumno en la respectiva licenciatura, con la distinción Colegio de Periodistas. El viernes, amigo mío, la sesión de Consejo se levantó en señal de duelo. No solo estábamos de duelo, estábamos demasiado tristes.
Hugo es probable que haya cometido varios errores en el texto. Sabiendo de tus correcciones en los trabajos, estuve a punto de improvisar para tener una excusa en mis faltas y que no me bajaras un punto por cada error gramatical.
Enjugar lágrimas no es suprimir dolores. Nuestros ojos nos delatan, enjugamos las lágrimas, pero estamos muy dolidos.
Hugo, la verdadera hermandad no requiere lazos de sangre y hoy despido a mi hermano del periodismo, a mi hermano de la docencia, a mi hermano de la Universidad de Concepción, a mi hermano del Colegio de Periodistas…
Está claro que somos protagonistas del nacer y del morir, pero no somos sus testigos. Hoy nosotros somos testigos de tu adiós. Es imposible vencer a la vida, pero es posible vivirla… y a ti estimado amigo, el periodismo te lo permitió. Lo saben muy bien la Sra. Lily, tus hijos y pronto tus nietos donde, a lo mejor, también esté la semilla de un futuro periodista.
El homenaje a un muerto ilustre no lo resucita, pero lo ilumina.
Hasta siempre amigo, hasta siempre colega, hasta siempre compañero.