Wenceslao Norín la lucha por mantener un legado.
Ser parte sin pertenecer
Después de años de recorrer los más variados caminos, el profesor, sindicalista y mapuche, Wenceslao Norín, transita ahora por los pasillos de la Universidad. “He caminado mucho” dice y en todos esos caminares ha dejado el rastro de un pueblo que se niega a desaparecer.
De escaso pelo entrecano y rostro cansino, intensamente bronceado por el sol, un sol de campo y trabajo. Su cara llena de pequeños pliegues representa sus ya sesenta y siete honrosos años y se mantiene inmutable mientras piensa con cuidado cada una de las respuestas que dará. Si hay algo que caracteriza a Wenceslao Norín es que se toma su tiempo. Como todo hombre de campo, su percepción de su propio tiempo y del de los demás es muy distinta a aquella que maneja el resto de la sociedad, donde todas las cosas parecen ser para ayer.
Muchas veces pierde el hilo en divagaciones mientras conversamos, su mente vuela a los lugares que nos describe, deteniéndose a ratos, como si las imágenes vinieran a él de forma tan vívida que necesitase observarlas en silencio, varias veces es necesario recordarle la pregunta original, no porque no quiera contestarla, sino porque cada evento que recuerda para nosotros trae consigo decenas de otras imágenes que se subsiguen en una larga secuencia de memorias, limpiadas y pulidas con el tiempo.
Norín nació en 1947, en la comunidad mapuche de Ancanón perteneciente a la comuna de Lumaco, región del Bío-Bío. Sus padres, Segundo Norín y Juanita Montemilla, le trasmitieron su amado idioma nativo, el mapudungun, y el par de vecinos “wincas” del sector le aportaron el español, idioma que habla con tremenda reflexión y constantes pausas, como si buscase el significado más correcto de cada término y disfrutara de cada sonido. Fue, como el mismo dice, un bilingüe obligado.
Caminó cada día de la semana, durante toda su infancia y adolescencia, más de 20 kilómetros diarios para llegar a la escuela. “Yo lo hice como un proyecto” relata, “voy a hacer esto porque yo no voy a ser cualquier persona. Voy a trabajar mucho, por defender mi pueblo, mi comunidad y mi familia”.
Esta clara intencionalidad, casi política, llevó al joven Wenceslao a participar activamente en los grupos provocados por la reforma agraria, convirtiéndose en poco tiempo en uno de los más activos líderes de más de 20 comunidades, que protagonizaron el movimiento. Tristemente una de las tendencias que les juegan en contra como étnia, es la facilidad con la que se enfrentan unos a otros. Norín tuvo que auto relegarse del movimiento y se traslada a Concepción, en el momento preciso en que dejó de saber quién era su amigo y quién su enemigo, prevaleció su espíritu de supervivencia antes que todo.
Concepción, como reflejo fiel del país del que forma parte, no le hizo las cosas más fáciles. Pasó mucho tiempo cesante, realiza pequeños trabajos de forma esporádica, hasta dar con uno fijo como artesano de la madera, como él lo llama. “Aprendí a trabajar, a cortar, a manejar máquinas, barnizar y sobre todo conocer la madera”, nos cuenta referente a ese periodo. Todo esto, al mismo tiempo que cuidaba de sus cuatro hijos, ya que su esposa murió muy joven.
El largo camino a la Universidad
Wenceslao siguió moviéndose entre las entidades que organizaban a su pueblo, participa en variadas ONG. Ello lo llevó un par de veces al extranjero, a Módena, Italia, donde alojó en la casa de un exiliado político chileno, y hace poco, cuenta entusiasmado, por supuesto a su manera, porque el sonsonete lento y suave de su voz no cambia ni un ápice, viajó a Dinamarca, donde tuvo que servirse de un intérprete, por su nulo conocimiento del inglés.
Las clases de mapudungun comenzaron de forma clandestina, dicta pequeños cursos en sindicatos a lo largo de todo Chile y de forma particular a jóvenes. Fueron estos mismos estudiantes los que le abrieron el espacio en la universidad gestionando que él enseñara su idioma natal. Lo que actualmente hace en la Facultad de Humanidades y Lenguas y en la carrera de Antropología, en la Universidad de Concepción.
“La ley es la ley”
Respecto al actual conflicto mapuche Wenceslao lo considera un asunto complejo, de hecho afirma que no existe una política real de los mapuches, al menos una generalizada. Los intereses externos se han extendido con gran fuerza dentro de los dirigentes de su pueblo, acusa a las principales figuras del movimiento de un pseudo “apadrinamiento” por parte los principales partidos políticos del país, quienes aportan con capitales e influencias. Esto contribuye en parte a la profunda desconfianza que los mismos mapuches tienen de ellos.
Respecto la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), su opinión radical. Acusa a Aucán Huilcamán de iniciar una organización sin el respaldo de la gente, sin consultar ni a su pueblo ni a nadie. “Le dieron el dinero, le dijeron arme usted esto, colóquele el nombre y listo, eso es todo” afirma serio. “Actuó por encima del pueblo mapuche, y eso a mí no me gusta”.
Wenceslao nunca se ha sentido perseguido por lo que no justifica a los que afirman sentirse así sólo por ser mapuches. “La ley es una y no existe ley mapuche y ley winca, la ley es la ley” afirma categórico. Para él, los que difunden las mentiras y tratan de engañar al pueblo mapuche, yendo de allá para acá pregonando el caos, serán apretados por esa misma ley, si no lo hace su mismo pueblo antes.
Entrevista y fotografía de Camila Mellado, alumna de la Carrera de Periodismo. Realizada en julio de 2008, para la asignatura de Periodismo Interpretativo.