Neoliberalismo, mercado y democracia

Ludwig Von Mises y Friedrich von Hayek

Ludwig Von Mises y Friedrich Von Hayek

Por Jorge Iván Vergara y Mauricio Retamal

Para el principal pensador neoliberal, Friedrich von Hayek, “la libertad se halla gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gentes asalariadas, de imponer sus criterios y opiniones a los demás”. F. Hayek, Fundamentos de la libertad, 1959.

Generalmente, se considera al neoliberalismo como una escuela de teoría y de política económica, caracterizada entre otros aspectos por privilegiar el papel del mercado como asignador principal o exclusivo de los recursos. Esta definición es demasiado estrecha, pues existe una filosofía neoliberal, que comprende una concepción del ser humano, de la libertad, de la justicia, del orden político y, por supuesto, del mercado. Todo ello la transforma en la más influyente de todas las corrientes liberales en la actualidad. Expondremos brevemente sus principios fundamentales tomando como referencia las ideas de Friedrich von Hayek (1899-1992), Premio Nobel de Economía y filósofo austríaco de origen judío.

Hayek retoma la idea de Adam Smith del ser humano como alguien naturalmente inclinado al intercambio mercantil, que persigue su propio interés y, al hacerlo, logra satisfacer de la mejor forma el interés de todos “conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones” (A. Smith, Riqueza de las naciones, 1776). Hayek transforma dicho principio en la idea de un “orden autorregulado”, capaz de ajustar por sí solo la oferta y la demanda sin necesidad de intervención alguna. Por el contrario, las intervenciones provocan desequilibrios que impiden al mercado cumplir eficazmente su tarea de asignación de los recursos. Incorpora así un novedoso aspecto epistemológico en su teoría: el mercado representa un conocimiento más complejo del que cualquier mente humana o conjunto de personas podría alcanzar. Sólo Dios, señala citando a escolásticos tardíos, podría conocer de antemano el precio de una mercancía. En este sentido, debemos reconocer las limitaciones de la razón y sus pretensiones excesivas de diseñar y moldear la sociedad de acuerdo con nuestros propósitos. Por el contrario, se debe aceptar la autoridad de instituciones cuyo funcionamiento no puede ser comprendido por nosotros.

                    Friedrich von Hayek

Aquí entra en juego la noción de libertad, que Hayek entiende como libertad negativa: ausencia de coacción externa ilegítima. Esto es, cuando el ser humano no es impelido arbitrariamente por terceros -en particular por el Gobierno- a realizar sus propios fines. Existe coacción legítima, en cambio, si está fundada de una ley o norma de carácter general y que respete las leyes naturales, como la vida, la libertad y la propiedad. Esta concepción excluye explícitamente que exista un condicionamiento intelectual o material de la libertad. Si un montañista tiene un único camino para salvar su vida, su libertad no está por ello limitada. Tampoco si una persona carece de alimento. Consecuentemente, Hayek sostiene: “Es indudable que ser libres puede significar la libertad para morir de hambre” (Fundamentos de la libertad, 1959).

Consecuentemente, Hayek sostiene: “Es indudable que ser libres puede significar la libertad para morir de hambre” (Fundamentos de la libertad, 1959).

La realización de la libertad está profundamente amenazada por los partidarios del socialismo que constituyen, según Hayek, el 90% de la población, que cree en alguna forma de justicia social, particularmente en una forma de redistribución del ingreso a través de la acción del Estado. La única distribución posible pues la justicia conmutativa: da a cada uno lo que merece y le corresponde según su participación en el intercambio mercantil. El mercado es todo lo justo que puede ser. En cambio, cualquier intento de aplicar un principio ético al funcionamiento del mercado produce efectos negativos no deseados. Por ejemplo, quien incrementa los salarios sin aumentar la productividad, aumenta la inflación perjudicando precisamente a los asalariados, que gozan de las rentas más bajas.

Toda intervención arbitraria en el mercado tendría el efecto contrario al que se desea lograr, pero ello no constituye simplemente un error epistemológico, sino que es el fruto de un deseo de las mayorías de tener una mayor riqueza de la que pueden aspirar; un deseo de igualación económica que ya fue planteado por John Locke casi un siglo antes que Adam Smith. Dicho deseo es alimentado por los políticos que, con el fin de ganar más votos, hacen promesas demagógicas a sus electores. De la misma forma, el parlamento promulga normas que favorecen a grupos de interés, socavando el concepto liberal original de ley como una regla universal.

La democracia se puede convertir en una amenaza a la libertad, la que debe ser conjurada con una limitación del poder político a fin de que este respete las leyes naturales del orden, entre las que se encuentran, en primer lugar, las del mercado. Por ende, la filosofía neoliberal aspira a una reconstrucción completa del ordenamiento político y económico de la sociedad, para favorecer a la minoría que quiere la libertad -única capaz de comprender el funcionamiento del mercado y de las instituciones sociales– en contra de la abrumadora mayoría de la población que sigue atrapada en la fatal arrogancia de creer en la posibilidad de moldear dichas instituciones de acuerdo a los deseos humanos. En este contexto, una dictadura liberal sería deseable a una democracia antiliberal.

Desde una perspectiva crítica, se puede decir que, contrariamente a lo que sostienen Hayek y los neoliberales, la desregulación de los mercados produce una mayor concentración de la propiedad y de la riqueza, llevando a la formación de monopolios y oligopolios y limitando y distorsionando su papel de asignador de recursos, precios y salarios. Asimismo, dicha concentración conlleva el dominio de ciertos grupos sobre el mercado que luego ejercen su poder en el ámbito político, constituyendo una amenaza real al desarrollo democrático, que se ve permanentemente constreñido de ajustarse a los requerimientos del mercado global y nacional. Una verdadera democracia, por el contrario, requiere la búsqueda de un equilibrio entre mercado, sociedad y Estado. Requiere un proceso de deliberación social que, reconociendo la complejidad de cada ámbito, pueda llevar a la formulación de síntesis corregibles y abiertas al cambio.

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