[OPINIÓN] La magistra vitae o breve defensa de la historia

Carta enviada a los medios de comunicación por el Dr. Jorge Iván Vergara, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Concepción, y el Dr. Álvaro Bello, académico del Núcleo de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de La Frontera.

Nuestro primer amor intelectual -siendo aún niños- fue la historia.  Tuvimos la oportunidad de canalizar posteriormente este interés en la Universidad y como investigadores. El conocimiento histórico ha sido para ambos una verdadera vocación.

Hoy, el Consejo Nacional de Educación ha decidido suprimir la obligatoriedad del curso de historia en los dos últimos años de enseñanza escolar, basado supuestamente en que todos los contenidos ya se habrían impartido al completar segundo medio.

Es difícil concebir una medida más absurda y propiciadora de la ignorancia. Hubo un tiempo en que los conservadores en Chile reivindicaban la historia, donde han existido grandes historiadores de esa tendencia: José Antonio Encina, Jaime Eyzaguirre, Alberto Edwards, Mario Góngora y muchos otros, como ha habido también destacados autores de otras tendencias teóricas y políticas. La historia es un espacio de debate entre posiciones, donde no existe una verdad definitiva.

Los conservadores chilenos de hoy abjuran de la historia. Quieren que nos aboquemos al futuro sin saber quiénes fuimos ni quiénes somos. Desconocen así las raíces de lo propio y, sobre todo, eliminan la legítima y siempre necesaria discusión del pasado y de las perspectivas a futuro. Sin la historia dicha discusión queda necesariamente trunca.

No existe para nosotros un mayor placer intelectual que adentrarnos en el pasado lejano o reciente y recuperar las voces de los diversos actores, sobre todo de quienes han sido relegados a un segundo plano: indígenas, esclavos, mujeres, pobladores, pueblos colonizados, etc. Por eso, hacer historia implica un acto irrenunciable de crítica e interrogación para sustentar un futuro democrático.

La historia no pertenece sólo a los historiadores que la cultivan, la enseñan y la escriben profesionalmente. Es el patrimonio de un pueblo, que mientras más amplio sea, más beneficioso y formativo será. Su supresión es un acto de ignorancia, de barbarie y una violencia hacia un derecho democrático de todos, que nos hace partícipes del pasado para entender el presente y construir un mejor futuro.

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